sábado, 28 de junio de 2008

A TREINTA AÑOS DEL MUNDIAL 78: Un carnaval fúnebre


¿Cuánto tiempo tardó esa pelota en viajar desde el pie izquierdo de Rob Resenbrink hasta el palo derecho de Fillol? ¿Cuánto, hasta que rebotó en el poste y volvió mansa hacia el medio del área para que Gallego la mandara al corner? Un poquito más a la derecha y se derrumbaba el armado de esa mascarada tétrica, de ese carnaval fúnebre que fue el Mundial 78.
Seguramente, como dice Juan Sasturain, mientras aquella pelota iba de rastrón hacia el palo, "los culos de Videla, Agosti y Massera fueron los más apretados del planeta".
Para llegar a ese momento de culos apretados, los militares no habían ahorrado dinero ni sangre; ni siquiera la propia, porque hasta se mataron entre ellos.
Por ejemplo, el 21 de agosto de 1976, el titular del Ente Autárquico Mundial 78, general Omar Actis, debía explicar en conferencia de prensa los detalles del proyecto de organización del campeonato. No pudo ser porque dos días antes, a las 9:30 del 19, cuando salía de su departamento en Wilde, le partieron el cuerpo con varias ráfagas de metralla.
Actis vivía en jurisdicción operacional de una "subzona" de la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), y ese día la policía provincial no le había mandado personal de custodia. Es decir, hubo "zona liberada". Después aparecieron unos panfletos firmados por un "Ejército Revolucionario Montonero", que se atribuía el atentado. Ese grupo, por supuesto, no existía ni había existido nunca. Tiempo más tarde, los servicios de inteligencia del Ejército dejarían trascender que a Actis lo había matado la Marina.
Así empezaba a resolverse la pugna de un sector del Ejército con la Armada, por el control y el presupuesto del Mundial. Actis y algunos miembros civiles de la banda gobernante, como Juan y Roberto Alemann, querían moderar los gastos. En cambio, Massera, el almirantazgo y la facción del Ejército que respondía a Videla pretendían que el Mundial se pareciera a los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, de modo de incrementar el negocio (casi 800 millones de dólares de la época, cuatro veces más de lo que costó el Mundial de España en 1982). Además, si todo el imperialismo y la gran prensa burguesa del mundo habían elogiado tanto a Hitler por aquellos Juegos, ¿por qué no sucedería lo mismo con la dictadura argentina?
Ganaron los faraones, pero la pelea prosiguió hasta último momento. Así fue que, en la noche del 21 de agosto de 1978, casi al mismo tiempo en que Leopoldo Luque marcaba el cuarto gol argentino de aquella sospechosa goleada al Perú, una bomba estallaba en el domicilio del secretario de Hacienda, Juan Alemann. También ese atentado fue atribuido a Montoneros, pero, se sabe, los Alemann nunca fueron gente discreta y, hecho una furia, la víctima del atentado acusó directamente a Massera.
Tal era la mafia que gobernaba la Argentina por cuenta de la Sociedad Rural, la Cámara de Comercio, la Unión Industrial, el Departamento de Estado y el "Consenso de Washington".
Terrorismo internacional
Dos días después del golpe, el 26 de marzo de 1976, llegó a la Argentina una delegación de la Fifa para inspeccionar las obras. Al frente de esa comisión estaba el alemán Hermann Neuberger, quien apenas desembarcado dijo: "El cambio de gobierno no tiene nada que ver con el Mundial, somos gente de fútbol y no políticos". El enviado de Joäo Havelange sabía de qué hablaba, no en vano había sido miembro de las SS en tiempos de Hitler.
El día de la inauguración, el 1º de junio de 1978 (Alemania 0, Polonia 0), el palco oficial estuvo habitado por un seleccionado de mafiosos, de terroristas internacionales. Allí, "vestidos de civil y calurosamente recibidos" (Clarín, 2/6/78) aparecieron Videla, Massera, Agosti, Merlo; el interventor en la AFA, Alfredo Cantilo, Havelange y el arzobispo de Buenos Aires, Juan Carlos Aramburu, portador de una plegaria de Paulo VI para el Mundial y para la Junta.
A 600 metros de ese palco funcionaban las mazmorras de la Esma y, mientras en River empezaban a jugar Alemania y Polonia, en la Plaza de Mayo el arquero del seleccionado sueco, Ronnie Hellstrom, acompañaba la marcha de las Madres. Y, apenas terminado el acto inaugural, todo el equipo holandés fue a caminar con ellas alrededor de la Pirámide. La Junta los calificó de "antiargentinos" y, por supuesto, esas imágenes que recorrieron el mundo no pudieron publicarse en ningún medio local.
En Europa, los movimientos de exilados y de diversos organismos internacionales habían puesto en apuros a la dictadura desde el primer momento. Ya en 1976 el gobierno italiano debió suspender un crédito a los militares argentinos por la fuerte corriente opositora. En Francia, casi la cuarta parte de quienes contestaron a una encuesta dijeron que el seleccionado de ese país no debía venir a la Argentina para jugar aquel torneo tenebroso, y el delantero Dominique Rocheteau se inclinó por el liso y llano boicot. En Alemania, las paredes de Berlín y de Hamburgo fueron empapeladas con carteles que decían "Fussball match frei" (el fútbol libera), en alusión a ese otro letrero que, puesto como un colgajo infame en el portón de Auschwitz, advertía: "Arbeit match frei" (el trabajo libera).
La gran figura de Holanda, Johan Cruyff, mejor aún que sus compañeros, renunció a su seleccionado para no venir aquí y hacerle el juego a la dictadura argentina. La respuesta fue una "carta" del capitán holandés, Ruud Kroll, A mi hija, recargada de elogios al régimen militar y publicada en El Gráfico. Después se sabría: aquella misiva era un fraude, una canallada escrita por Enrique Romero, redactor de esa revista. Enterado de la estafa, Kroll dijo: "Es algo indigno, artero y cobarde, no me entra en la cabeza que alguien pueda hacer una cosa así".
Esa "carta" fue una de las operaciones del grupo de tareas periodístico organizado por los militares y las patronales de prensa, cuyas puntas de lanza fueron Clarín, Radio Rivadavia, ATC y El Gráfico. En ese sentido, el maestro Osvaldo Ardizzone alguna vez le contó al autor de este artículo: "A principios del '78 me contrató Canal 9 para cubrir el Mundial. El interventor, un delegado de las Fuerzas Armadas, nos dijo que estaba prohibido criticar al seleccionado aun desde el punto de vista técnico, y que en todo momento debíamos elogiar a (César Luis) Menotti, porque él era un funcionario del Proceso".
En ese junio trágico, los militares hicieron desaparecer a 63 personas.
Entretanto, la resistencia obrera a la dictadura, comenzada apenas se produjo el golpe y en medio de la masacre, crecía y se extendía para preparar la huelga general de abril de 1979 y hacer que comenzara el final de ese circo de sangre.

No hay comentarios: