El 21 de enero, el partido comunista, Proyecto Sur (Lozano, Solanas), el Partido Humanista y el Partido Solidario (Carlos Heller) eligieron la esquina de las calles Palestina y Estado de Israel para un acto por la "paz en Gaza" - una forma de dar a entender que, primero, hay una guerra, y, segundo, que hay dos responsables. Por eso los susodichos no vinieron a las manifestaciones populares que se hicieron frente a la Embajada de Israel. Hace dos años y medio, el rabino Bergman hacía lo mismo, un acto ‘por la paz' en el Líbano. Mientras los aviones sionistas bombardeaban el país de los cedros (excluyendo solamente a los barrios ricos de Beirut), el rabino juntaba firmas y soltaba palomas de blanco inmaculado. Hizbollah debía dejar de resistir y los F 16 probablemente dejarían de volcar su carga mortuoria.
La consigna de la paz tiene como sesgo reaccionario colocar en el mismo plano al opresor y al oprimido. Es un llamado a que hagan, precisamente, ‘las paces'; que ‘se entiendan', que ‘transen'. Que retornen, después de la masacre y de los crímenes de guerra, al ‘status quo ante', cuando Gaza era una prisión a cielo abierto, el sionismo destruía sus cultivos y prohibía las importaciones y exportaciones, armaba a los grupos de tareas de Al Fatah con la intención de promover un golpe de Estado en la Franja, mantenía la vigilancia desde el cielo con radares y aviones, y con Egipto en la frontera de Rafah. Es la paz del ‘punto final' y del ‘indulto'. Durante 22 penosos días tampoco hubo una guerra, como dicen los ‘pacifistas', sino una masacre, porque el arsenal de uno y otro eran hartos diferentes. ¡Qué rápido olvidaron que la dictadura también pretendió que había librado una guerra, para escamotear la acusación de terrorismo de Estado! Ni siquiera la esquina elegida empareja la cosas, porque una es una calle y la otra una avenida.
No es la ‘paz' lo que hay que reclamar sino la satisfacción de las reivindicaciones de los oprimidos: retiro de las tropas, apertura de las fronteras (de Israel y de Egipto) y reconocimiento de la soberanía marítima, destrucción del muro del Apartheid, destrucción de todas las colonias sionistas construidas sobre los territorios ocupados, libertad de los presos políticos palestinos en las cárceles israelíes, derecho de los palestinos a retornar a sus hogares y a recuperar las tierras de las que fueron expropiados en estos sesenta años, castigo por los crímenes de guerra e indemnización a las víctimas. No es un programa bolchevique, debería poder suscribirlo cualquier demócrata. La ‘paz', en cambio, es la manutención del estado de opresión y, por lo tanto, la causal de nuevas masacres.
La consigna de la paz tiene como sesgo reaccionario colocar en el mismo plano al opresor y al oprimido. Es un llamado a que hagan, precisamente, ‘las paces'; que ‘se entiendan', que ‘transen'. Que retornen, después de la masacre y de los crímenes de guerra, al ‘status quo ante', cuando Gaza era una prisión a cielo abierto, el sionismo destruía sus cultivos y prohibía las importaciones y exportaciones, armaba a los grupos de tareas de Al Fatah con la intención de promover un golpe de Estado en la Franja, mantenía la vigilancia desde el cielo con radares y aviones, y con Egipto en la frontera de Rafah. Es la paz del ‘punto final' y del ‘indulto'. Durante 22 penosos días tampoco hubo una guerra, como dicen los ‘pacifistas', sino una masacre, porque el arsenal de uno y otro eran hartos diferentes. ¡Qué rápido olvidaron que la dictadura también pretendió que había librado una guerra, para escamotear la acusación de terrorismo de Estado! Ni siquiera la esquina elegida empareja la cosas, porque una es una calle y la otra una avenida.
No es la ‘paz' lo que hay que reclamar sino la satisfacción de las reivindicaciones de los oprimidos: retiro de las tropas, apertura de las fronteras (de Israel y de Egipto) y reconocimiento de la soberanía marítima, destrucción del muro del Apartheid, destrucción de todas las colonias sionistas construidas sobre los territorios ocupados, libertad de los presos políticos palestinos en las cárceles israelíes, derecho de los palestinos a retornar a sus hogares y a recuperar las tierras de las que fueron expropiados en estos sesenta años, castigo por los crímenes de guerra e indemnización a las víctimas. No es un programa bolchevique, debería poder suscribirlo cualquier demócrata. La ‘paz', en cambio, es la manutención del estado de opresión y, por lo tanto, la causal de nuevas masacres.
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